Miguel, el propietario del taller mecánico en Vilagarcia, fue el primero en admitir que el camino hacia su éxito no había sido fácil. Comenzando con un pequeño presupuesto y los conocimientos adquiridos a través de su práctica dedicada, trabajó incansablemente para construir lo que ahora era considerado uno de los talleres mecánicos más reconocidos de la provincia.
Desde su instalación inicial en las afueras de la ciudad, el negocio creció rápidamente debido al rostro amable e impecable servicio que Miguel ofrecía a cada cliente sin excepción. Con el paso del tiempo, rápidamente se ganó la lealtad y respeto entre los habitantes locales como todos sentían que podían contar con él para solucionar sus problemas automotrices.
A medida que avanzaba la popularidad del taller mecánico de Miguel; más personas comenzaron a acudir a él para obtener ayuda por todo un abanico de necesidades diferentes. Desde repostaje hasta reparaciones complejas en motores diésel; nadie sabía mejor cómo mantener sus vehículos corriendo al máximo rendimiento que él. Siempre parecía estar listo para realizar trabajo extra cuando otros proveedores veían un desperdicio de tiempo o energía.
Con el tiempo, el taller mecánico fue equipado con herramientas y recursos modernizados para satisfacer las demandas actuales del mercado. Todavía hay signos evidentes del trabajo duro y dedicación administrada por Miguel desde sus inicios: esculturas talladas por compañeros artesanos gallegos y recuerdos familiares decoraban su oficina principal como recordatorios constantes del largo camino recorrido.
Esta colección internalizada comúnmente representaba los pilares fundamentales en los que se basan sus operaciones diarias: servicio dedicado proporcionado a través del amor y soporte mutuo entre trabajador-cliente. Estas tradiciones no solo forman parte esencial del objetivo general de este pequeño pero creciente negocio – sino también la filantropía local apoyada desde principios hasta finales.