Cambio de zona de trabajo

A mi mujer le han dado otro mes de teletrabajo. Como ha habido un brote en su departamento han mandado a casi todo el mundo a casa. No será la primera vez, porque ya en la época del confinamiento más duro estuvo varios meses trabajando en casa. Pero esta vez será diferente para mí ya que he tenido que dejarle mi PC. 

Debido a que en el nuevo proyecto debe tener muchas reuniones virtuales, debe usar mi ordenador porque el portátil está muy antiguo y no le funciona bien ni la cámara ni nada en general. Hasta ahora, si ella trabajaba en casa, usaba el portátil porque iba tirando con él, ya que no tenía gran exigencia ‘técnica’. Pero ahora la cosa ha cambiado. La consecuencia es que yo me he trasladado al salón a trabajar. Y los cambios me cuestan, aunque sea de un lado a otro de la casa.

En mi despacho todo está a mi gusto. No solo tengo mi ordenador, sino que también todo el espacio está como a mí me gusta. Por un lado tengo mis venecianas que graduó dependiendo de la hora del día. Así por la mañana, cuando está amaneciendo, la levanto un poco porque me gusta ojear la salida del sol: me anima. Después la subo. Y a última hora de la tarde, la bajo porque el sol nos da de frente. También está la mesa, una mesa enorme de diseño que compré hace unos años y de la que estoy enamorado porque tiene el tacto y color perfecto. 

En el salón todo es diferente. No solo tengo que lidiar con un portátil más viejo que Matusalén, sino que aquí no tengo mis queridas venecianas. Aquí tenemos unos estores que para el salón están bien, pero no para un ambiente laboral, porque no consigo el punto de luz que me gusta. ¿Y la mesa? Una mesa de cristal que, también para un salón puede estar bien, pero no es precisamente agradable al tacto cuando tienes que estar 8 horas poniendo los brazos en ella. ¿Soy un tiquismiquis? Puede ser, pero esta es mi oficina, porque yo siempre trabajo en casa.

Entradas relacionadas