No estoy acostumbrado a recibir regalos de las empresas en las que trabajo: es lo que tiene ser autónomo. Recuerdo ya hace muchos años recibir una cesta de Navidad después de estar trabajando tan solo tres meses con una empresa de sonido y organización de eventos. Fueron casi una especie de prácticas que no me llevaron a ningún lado, pero un día me llamó el jefe a su despacho y me dio la cesta: era una empresa tan pequeña que estaba formada por tres trabajadores. Pero, aun así, el jefe tuvo la delicadeza de Comprar material publicitario y encargar una cesta para sus dos trabajadores y al chico de las prácticas. Supongo que quizás reservaría una cesta para sí mismo, siendo tan pocos…
Pero después de eso no mucho más. Recuerdo también que unos compañeros de trabajo de la administración me regalaron una lapicera cuando terminó mi contrato de formación. Me lo regalaron por mi afición a usar lápiz en vez de bolígrafo para escribir. Lo agradecí, pero por timidez no fui muy exultante. Creo que ellos pensaron que me había parecido mal. Otras cosas quizás, pero el regalo de la lapicera me gustó.
Pasaron muchos años hasta que volví a recibir algún regalo en el trabajo. Ocurrió con una empresa que se dedica a gestionar obras de arte de artistas emergentes. Colaboro con ellos de vez en cuando, pero nada serio, así que me sorprendió cuando recibí en casa un paquete suyo. Sé que querían Comprar material publicitario para promocionar la web, pero no sabía qué productos habían finalmente adquirido. Por eso cuando abrí la caja, me hizo reír: ¡cerveza!
Habían encargado unas ediciones especiales de cerveza artesanal en cuyas etiquetas aparecían obras artísticas que se vendían en su web. Me pareció una excelente forma de publicitar su proyecto de una forma muy original… y deliciosa. Porque lo que cuenta es el detalle. Como el último regalo que recibí de otros colaboradores: una mochila. No es más que una mochila con el logo de la web, pero se agradece que se acuerden de uno de vez en cuando.